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LA SOMBRA (XIII PARTE)

- Debemos encontrar ese amuleto, por ahora es lo único que podemos hacer, además de rezar – propuso Albert Taulet.
- Lamento haberlo arrojado al lago – dijo el Abad consternado.
- No podía saberlo, usted actuó de buena fe. Mientras tanto iré a investigar un poco – dijo antes de ponerse de pie y abandonar la sala, dejando al Abad solo y preocupado.
Pasadas las cinco llegó a la casa donde lo esperaba la mujer con su hija. Salieron los tres y recorrieron el camino hacia el lago. Una vez en la costa, la niña lo llevó a un bosquecillo muy cerca de la costa oeste, tan solo a unos cien metros donde las mujeres lavan la ropa, y le mostró un hoyo en la hierba.
- Encontré a un perro muy bonito, le pregunté qué hacía pero se fue, entonces me acerqué y vi que había cavado este pozo él solo, miré dentro y vi la maderita con el dibujo, tenía un poco de tierra pero la limpié en el lago y quedo muy linda. Se lo mostré a mi mamá y le gustó mucho – concluyó señalándola.
- Cuando me pongo a lavar la ropa ella se pone a recorrer estos lugares, no creí que llegaba tan lejos, debo prestarle mas atención – dijo a modo de crítica aunque sin demasiada convicción.
- Es una niña adorable – replicó Albert, - le agradezco mucho su ayuda – completó.
- Es tarde, debo ir a preparar la cena – se excusó la mujer. El sol comenzaba a recostarse sobre las laderas más altas del oeste. Albert volvió a agradecerle y luego la mujer y la niña se fueron, la niña giró para saludarlo al alejarse y él le respondió agitando la mano, luego se quedó solo en aquel bosque.
Los árboles eran de altura media, los rayos del sol se colaban entre las hojas para estrellarse en líneas cruzadas contra la húmeda tierra. Calculó que el lago debía haber llegado alguna vez hasta allí. Comenzó entonces a buscar por los alrededores, notó la que tierra estaba muy erosionada en aquel tramo de bosque donde se encontraba el agujero. Buscó cerca del hoyo algún rastro de algo, cualquier cosa, cavó alrededor y obtuvo un pequeño tronco tallado, lo que parecía una cuchara de cocina, pero muy antigua. Pensó que en aquellas tierras alguna vez quizá había existido un poblado, pero debía haber sido mucho tiempo atrás, en la prehistoria. De mucho no le serviría pero de todas maneras la guardó, luego caminó un poco más hacia una parte rocosa donde comenzaba a subir la ladera que terminaba en los montes de los valles que rodeaban el lado norte del lago. El bosque se hacía más espeso de matorrales y plantas. La escasa luz que mantenía la tarde apenas llegaba a traspasar las copas de los árboles, que eran más altos en aquella zona. Fue entonces cuando, escondida entre plantas y piedras de gran tamaño encontró una pequeña abertura en la montaña. Primero creyó que era una simple grieta pero la curiosidad lo llevó a acercase y ver que se trataba de la entrada a una caverna. No medía más de un metro de alto por lo mismo de ancho pero era suficiente para entrar a gachas. Albert lo hizo y descubrió entonces que una vez pasada la puerta la caverna se ensanchaba, formando una galería de casi dos metros de alto. Avanzó un poco más manteniendo su mano apoyada contra la pared, como para no perder una referencia y luego decidió que allí no encontraría nada útil. Volvió entonces sobre sus pasos hasta la entrada de la cueva, allí observó con la última claridad del día unas extrañas pinturas sobre las piedras. Eran símbolos primitivos, escritos quizás miles de años atrás, distinguió entre todos uno especial, resaltado en el centro de un círculo. Lo memorizó lo mejor que pudo y luego salió.

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