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EL CUADRO QUE MIRABA POR LOS OJOS (VII PARTE)

-¿Quién esta ahí –pregunté al vacío con un hilo de voz insegura. Pero no hubo respuestas. Y ya no volví a oír ruidos, ni tampoco a dormir.
Al amanecer por fin me atreví a salir de la habitación, atravesé deprisa el pasillo y me encontré con el cuadro de frente sobre la mesa. Estaba seguro que yo no lo había dejado allí.
Sin desayunar, me vestí con la ropa que encontré a mano, envolví el cuadro en una manta y salí a la calle sin saber en realidad adonde me dirigía. Me sentía observado y perseguido. Por fin me detuve en el banco de una plaza. Un grupo de niños jugaba despreocupados y algunos ancianos daban de comer a las palomas. En ese momento, frente a mí se sentó un hombre de traje gris.
-¿Es suya esa pintura? –me sorprendió con la pregunta. Note entonces que la manta no cubría por completo la pintura y además que se podía ver a través de la tela.
-Si, lo es –respondí.
-Me recuerda a mi abuelo –comentó.
-¿Le interesa? –se me ocurrió preguntar.
-No sé, en realidad...
Pero le impedí terminar la frase diciendo: -diga cuanto me daría por él.
El hombre lo dudó y por fin dijo: -solo llevo diez...
En ese momento vi mejor a aquella persona, y me resultó conocido, pero mi estado de ánimo y mi situación me impidió indagar sobre éste. Debía ser un comercial, su velocidad para hacer el negocio lo delataba. El marco por sí solo valía más de diez, pero para mí resultaba más que suficiente.
-Es suyo –dije.

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