Blogia

Kosh

EL CANTO NOCTURNO (I PARTE)

- La compro - recuerdo que sentencié con una seguridad que pocas veces había creído tener, y amparado por la mirada aprobadora de mi esposa.

Es que era un negocio redondo, una masía en medio del bosque, con un jardín de tres mil metros de árboles frutales y viñedos, la única en todo el pequeño valle, impregnada de plana paz y tranquilidad, y a la mitad de precio de cualquier otra de las que habíamos visto.

Todo, como siempre, comenzó bien. Nos mudamos a la semana y en un día instalamos los muebles y ya estábamos allí, viviendo felices. Pero esa noche, mientras dormíamos, entremezclado con los sueños recuerdo que oí un canto.

Era una melodía suave y dulce, interpretada por lo que parecía ser una niña. No tenía letra, era solo una melodía. Creí que formaba parte de mis sueños hasta que, en plena oscuridad, sentí como mi esposa agitaba mi brazo para que me despertase.

- ¿Escuchas eso? - susurró con una mezcla de temor y misterio en su voz.

Recién entonces descubrí que no era fruto de mis sueños aquel canto, sino que era tan real como la oscuridad que nos rodeaba.

REAL

¿Que dirían tus ojos si vieran lo más extraño, algo desconocido, algo ilógico...?
¿Y que diría tu mente si se enterase que no es un efecto, no es un engaño, sino que es real...?

SE QUE DIRAS EN ESTE MOMENTO (IV PARTE)

Investigaste, pero no encontraste nada parecido. Fuiste a algún médico y entre líneas le diste a conocer tu problema, pero ellos fruncían el ceño, pensando si se trataba de una broma o estaban frente a un caso de desequilibrio mental. Pero ninguno siquiera tomó en serio la posibilidad de que fuera cierto.
Hasta esta tarde, donde todo cambió, desde que entraste a este bar y pediste un café con leche natural y te acercaste a mi mesa a pedirme un sobre de azúcar, ya que el mozo se los había olvidado al dejarte la taza sobre la mesa.

Tu historia fue similar, tan similar que me siento más tranquilo desde el momento en que pedí el azúcar. Comenzó en un aula, donde dabas clases de historia, y de pronto supiste la siguiente pregunta de un alumno. Así comenzó y siguió creciendo hasta llegar al mismo punto, entonces entraste en este lugar.

SE QUE DIRAS EN ESTE MOMENTO (III PARTE)

Luego en el metro, mientras esperabas en el andén. Esta vez le dejaste hablar, era un anciano y sabías que su pregunta sería: “esta línea me deja cerca del ayuntamiento, es que tengo que ir allí porque es donde trabaja mi hijo. El es funcionario y me dijo que quería comer conmigo. Hace tiempo ya que no nos vemos, el siempre esta ocupado, pero parece ser que....” y siguió hablando y hablando, mientras tu mente leía, palabra a palabra. Te has quedado como una piedra, en otra ocasión tal vez le hubieses respondido de inmediato, cortando su adormecedor monólogo, pero esta vez lo oíste hasta el final, previendo cada oración. Por fin se calló para que pudieras responderle. Se fue en busca de otra víctima sin sospechar.
El fenómeno fue aumentando, gradualmente, hasta el punto en que tu mente se había adelantado al menos tres segundos al tiempo del resto del universo. Podías saber todo lo que sucedería apenas un instante antes, y eso no resultaba un beneficio para ti, sino una situación extraña, desconcertante.

SE QUE DIRÁS EN ESTE MOMENTO (II PARTE)

Pasó el tiempo, dos semanas tal vez, y volvió a suceder. Esta vez en un supermercado. La señora se acercó y antes de que pronunciara palabra le respondiste “no estoy seguro, pero la sal debe encontrarse por este pasillo a la derecha, el segundo o tercero”. No importaba si era cierto, lo trascendente era que sabías la pregunta antes de que la señora hablara. Por supuesto que la mujer se sorprendió también, pero su vida transcurrió, se alejó de ti y doblo por el pasillo, siguiendo las indicaciones y probablemente encontrando la sal. ¿Qué habrá pensado?. Un adivino. Fue suerte. Tal vez lo contó a su marido al llegar a su casa. Da igual, se alejó de tu vida.

SE QUE DIRAS EN ESTE MOMENTO (I PARTE)

Sé que dirás en éste momento, que comenzó hace tres meses y doce días. Estabas en un bar, tras un encuentro casual con un amigo de la vida, había sucedido minutos antes en la calle. Al verse se saludaron y entraron a tomar un café, el tuyo cortado con leche natural, como sueles pedirlo, lo sé. Fue una conversación normal, recuerdos, anécdotas, más recuerdos... Entonces, de pronto y sin causa alguna, sucedió: adivinaste lo siguiente que diría.
Si mal no imagino fue "y por fin me recibí, no soportaba más la facultad". Fue como si alguien te hubiese soplado al oído la frase que saldría de la garganta de tu amigo.
- Será la forma de hablar - pensaste. Después de todo habían sido buenos amigos por más de diez años hasta que la vida les separó el camino. Es normal que tu inconsciente supiese como solía decir las cosas, y es normal un poco de suerte...

HISTORIA DE DER SARD EL LEÑADOR

Der Sard era un hombre de pocas palabras. Lo caracterizaba su mirada perdida y su andar cansado, como si se arrastrara con los pies en lugar de caminar. Vivió en tiempos de Alfonso XI, rey de Castilla. Era leñador en un pueblo cercano a la frontera con Francia, y fue uno de los pocos testigos que vio realmente pasar al ejército negro, los demonios que combatirían en los desolados valles de los pirineos. Cuando comenzaron las batallas desconocidas se refugió en un monasterio abandonado, vivió allí apenas veinte días hasta que llegaron los demonios. Se ocultó en los túneles y lógró sobrevivir en ellos cinco días, en silencio. Por fin debió salir a buscar comida y se vio rodeado en el bosque. Pero los domonios no se acercaron, lo dejaron huir. Entonces supo que se había contagiado la peste.

LE TREN FANTASMA (II PARTE)

...Y esa fue la coartada, la única razón con la que pudo justificar el dueño de la atracción la misteriosa desaparición del señor... El dueño fue juzgado y el jurado al oír aquel sermón satánico no dudó en que era culpable, no importaba la falta de pruebas, ni la falta del cuerpo de la víctima. El dueño lo estaba diciendo todo, lo estaba declarando con sus palabras, él lo había matado.
Fue condenado a la silla eléctrica. Su último deseo fue que su cuerpo sin vida se depositase en un carro y se envíe a dar una última vuelta. Era una voluntad tan excéntrica como la misma alma que habitaba el cuerpo pero su petición fue aceptada. Luego de morir se puso su cuerpo en uno de los tantos carros. El cuerpo nunca desapareció por el túnel y nunca volvió a salir. El carro surgió vacío para su próximo viaje, para su próxima víctima.
Pasaron diez años y el crimen nunca se aclaró por completo. Por fin, la feria cerraba sus puertas, y las atracciones se estaban desmontando, cuando entre los escombros del tren fantasma apreció por uno de los túneles un último carro en movimiento, en él se encontraba un hombre. Era él, el señor que había desaparecido. Por supuesto comenzaron las preguntas, ¿donde había estado? ¿quién lo retenía?. Pero el señor no comprendía, ni siquiera notaba que era diez años más anciano que cuando había entrado. Para él el viaje había durado lo que debía durar una atracción, se había distraído entre los muñecos de cera y los escenarios, sin notar el paso del tiempo, sin saber que debía haber muerto, sin saber nada.

LE TREN FANTASMA (I PARTE)

El señor subió al tren pensando que iba a ser un día común. Como podía imaginar que no existen días comunes en los trenes fantasmas, si los parques de diversiones no tuviesen ese encanto de suspenso, crímenes y misterios nadie tendría una verdadera necesidad de subir a las atracciones, al menos gente como aquel señor, que buscan algo más que un sencillo paseo en un pequeño tren de fantasía, sino que buscan tener, sentir el miedo. Si al subir uno sabe con seguridad que saldrá ileso, no importa lo que suceda en el escuro túnel, no debería llamarse siquiera "atracción", ¿que puede atraer?...
Por eso, uno cada tantos, un elegido, uno que resulte representativo, debe sufrir, debe tal vez desaparecer, y debe ser perfecto, por arte de magia, debe ser inexplicable, fantasmagórico, como el nombre de la atracción lo indica.
Pues el señor subió al tren pensando que iba a ser un día común, pero en cambio no lo fue, el señor nunca salió, desapareció entre los pasillos de atrocidades, ataúdes, momias, vampiros, lobos y almas errantes. Ahora tal vez puede que sea uno más, puede ser que forme parte de aquel mundo siniestro de espectros que deambulan entre los engranajes y los carros...

AUTOS

Si, venía por la ruta, como a doscientos, cuando me hizo señas de luces el convertible del profesor. ¿Qué podía hacer?, me moví dejándole paso. Pero en ese momento el Espantomóvil me pasó por el otro lado. Suelo odiar que me pasen por la derecha, pero no sabía si sería conveniente enfrentarme al dragón que me observaba por el altillo. Eso sí, no dejaría que nadie más me pasara.
Eso pensaba, claro, pero en ese momento vi al super Ferrari a un lado del camino y me temí lo peor. Al instante divisé en el medio de la ruta un cartucho rojo de dinamita y detrás de un árbol a una figura que parecía un maquinista de los primeros trenes, que se disponía a detonarlo con una especie de palanca de pie. Sin otra opción por la velocidad con la que venía, cerré los ojos y me dispuse a pasar de todas formas. Pero la carga explosiva nunca estalló. Volví a abrir los ojos para ver por el espejo retrovisor como el malévolo se aproximaba a la dinamita maldiciendo y como en ese instante la carga detonaba. A lo lejos oí una risita extraña.
Pasó un instante y debí esquivar al Itinerino que se veía completamente desarmado mientras su tripulante intentado juntar las partes. No tardó en pasarme el troncomóvil y el Alambique veloz. La pandilla aún estaba detrás de mí. En ese momento vi a un lado del camino a un horrible auto rosa con una sombrilla. Era el número cinco. Clavé los frenos para ayudar a la bella mujer que tenía problemas con su motor. Ese fue el final de mi carrera.

IZQUIERDA O DERECHA

- ¡A la izquierda! – gritó de pronto un sector de mi mente.
- ¡No!, es a la derecha – replicó otro sector.
Ambos sectores me resultaban desconocidos, si es que existe un lugar físico o geográfico para situarlos. No sé si es que cuando hablan no me entero que los estoy oyendo, o que realmente nunca hablan tan claro. En realidad creo que el problema es que nunca los había escuchado discutiendo.
- ¡Es a la izquierda!, ¿no recuerdas la señal de hace unos cien metros?.
- Pero en la señal no había flechas, solo mostraba una salida, y esto es un cruce, y el camino sigue a la derecha – respondió el otro sector.
- Oigan – interrumpí, - me da igual pero tengo que decidir ya o choco.
- Yo sé lo que digo, si no quieres perderte: derecha.
- También, con la señalizaciones que hay aquí es difícil evitar estas discusiones mentales – razoné al margen.
- Bueno, apostemos – dijo el sector defensor de la izquierda.
- Dale – aceptó el lado opuesto.
- ¿Que?.
- ¿Una cerveza?
- Ok.
Detuve el auto en una estación de servicio justo antes de la bifurcación. Busqué el mapa en la guantera y me dirigí al bar, completamente seguro de que fuese la dirección que fuese, yo me tomaría una cerveza.

EL MAPA

El encargo llegó en un sobre que parecía haberse perdido en el tiempo de las oficinas de correo durante décadas, pero por fin lo tenía. Lo abrí con cuidado y me admiré al ver lo que iba saliendo del sobre. Era un magnífico dibujo manuscrito a lápiz que describía en líneas generales un mapa, pero repleto de símbolos a descifrar y códigos ocultos. Era demasiado para aquella noche, lo deposité con cuidado sobre el escritorio de roble de mi despacho y me fui a dormir. A una hora indeterminada de la noche sentí ruidos, de inmediato me percaté de que provenían de mi despacho. Tomé mi escopeta de caza y con la protección del arma me atrevía a desplazarme en la oscuridad. Abrí la puerta del despacho de golpe, como había visto hacer en las películas, y apunté el caño del arma al frente, entonces encontré una figura semi transparente de un hombre que parecía marino, quizás por su forma de vestir o su gorra de capitán. Tanto su piel como su ropa estaba descolorida, gris, como si fuese una figura tallada en humo. Al verme se giró hacia mí y pretendió avanzar, entonces, sin siquiera pensarlo, disparé. El humo del arma se confundió con la figura. El proyectil atravesó el cuerpo como si éste fuese una imagen proyectada y se estrello contra la biblioteca del fondo, destruyendo parte de mi colección de libros antiguos. La figura se desparramó en una nube de niebla y desapareció. Recién entonces comprendí que le había disparado a un fantasma.
Me acerqué al escritorio y noté que el dibujo ya no era el mismo pero como no lo recordaba no pude saber lo que había cambiado. Comparé con mis mapas y con los valores de latitud y longitud que decía el nuevo dibujo y verifiqué entonces que el destino había cambiado, ahora apuntaba a un punto en el pacífico sur, donde figuraba otra cosa que el mar, aunque quizás habría una isla...

EL CLUB (VI PARTE)

No supe bien que debía hacer entonces, si salir corriendo, si decir algo, si continuar... Pasó por mi mente la idea de que todo se trataría de una simple broma, sin saber de quién ni porqué, pero pensé que podía ser una buena explicación. Decidí obedecer. Avancé hasta la línea de los sillones y encontré que todos menos uno estaban ya ocupados. Todos usaban el mismo extraño atuendo que llevaba puesto. El lugar que quedaba libre era exactamente el del centro, que enfrentaba a la chimenea. Me senté allí y, simplemente, esperé.
- Ya estamos todos, podemos comenzar la reunión - declaró el señor de la punta derecha.
En ese instante desde el otro extremo uno de los hombres se puse de pie y habló: - La orden de ARCON se ha reunido hoy porque hemos sabido de un traidor entre nosotros, y vamos a descubrirlo pronto - sentenció en tono amenazante. - Uno a uno deberán pasar a la habitación de Odas y recitar la contraseña de la orden, el que no la supiera será el traidor.
No tardó en ser su turno, entonces dijo las primeras palabras que se imagino: "las olas son al mar, lo que las páginas a un libro". Se hizo un breve e intenso silencio y luego le dieron el visto bueno y volvió a la sala. Ya era un miembro más de aquel extraño club.
Estuve muchos años allí, presenciando reuniones y paseándome por la inmensa biblioteca de aquel lugar. Las conversaciones resultaban siempre interesantes, aunque nunca se hablaba de nada personal, ya que nadie conocía a los demás en absoluto, ni siquiera nos habíamos visto los rostros.
Así pasó el tiempo hasta que un día, no se bien porqué, decidí enviar una carta a un desconocido, que aceptó la invitación y se presentó en la esquina. Aquel fue mi sucesor.

EL CLUB (V PARTE)

Se detuvo entonces frente a una pequeña puerta, la abrió y entramos a una habitación sin ventanas.
- Debes ponerte esto encima - dijo el hombre entregándome una especie de sabana azul que colgaba de un perchero. Lo extendí antes de hacer cualquier cosa. Parecía una bata de boxeador, con capucha, pero ésta cubría toda la cara, dejando solo dos huecos a la altura de los ojos para poder ver. En el pecho resaltaba un símbolo extraño, eran como cuatro anillos entrelazados entre sí. No supe porqué le hacía caso, pero me lo puse. Luego salimos y continuamos recorriendo los extensos pasillos.
Por fin llegamos hasta una puerta y me dijo que debía entrar allí. Accedí, la abrí y entré a un gran salón adornado con mucho mármol y coronado al fondo con una chimenea estilo romana. El fuego estaba encendido y lo rodeaban varios sillones dándome la espalda, de terciopelo rojo con altos respaldos que impedían saber si estaban ocupados. La puerta se cerró a mis espaldas y noté que mi guía ya no me acompañaba.
- Adelante - dijo una voz detrás de alguno de esos sillones.

EL CLUB (IV PARTE)

Subimos una amplia escalera que adornaba el centro del hall y que derivaba en un salón con murales en rojo y columnas dóricas. - Por aquí - me informó cediéndome el paso hacia un pasillo vacío de pisos en mármol blanco, techo lejano y paredes de madera con infinitas puertas. Nuestras pisadas hacían un eco que explotaba al máximo la sensación de soledad. Pensé que diferente era aquel silencio del ruido constante de la calle que se encontraba apenas a unas paredes de distancia.
Entró en una de las puertas, como si la hubiese elegido al azar, y nos encontramos con un nuevo pasillo de idéntica descripción. Se repitió la operación hasta que me convencí de que, de quedarme solo, no saldría jamás de aquel laberinto.

EL CLUB (III PARTE)

Giré deprisa para encontrarme con un total desconocido que quién sabe hace cuanto tiempo estaba de pie en aquel sitio.
- No esperaba tanta puntualidad le confieso - dijo tranquilo y como si fuésemos conocidos. - Ya he pagado el café, por lo que podemos retirarnos - concluyó invitándome con el brazo a acompañarlo.
No supe bien que hacer, ni que pensar, ni que responder. Creo que por instinto, ese que nos obliga a reaccionar sin que lo pidamos, me puse de pie y lo acompañe.
Era un hombre de unos cincuenta, de mirada turbia y barba negra bien arreglada como el nudo de su corbata gris, que hacía buen juego con su traje del mismo color. Portaba con clase un bastón de cuello dorado, de esos que solo sirven para acompañar el paso y alardear de buen caballero sin ser útiles para sostener.
Cruzamos la calle y nos dirigimos al antiguo edificio de la biblioteca. Recorrimos el pasillo principal y pasamos de largo la recepción, el hombre que allí vigilaba el acceso nos dejó pasar tan libremente como si no nos hubiera visto. No era una persona de ir mucho a la biblioteca, pero recordaba que siempre en el control uno debía al menos dar sus datos para ingresar. No fue el caso y se lo atribuí a un privilegio espacial que debía poseer mi acompañante. No se me ocurrió cuál podía ser.

EL CLUB (II PARTE)

Llegué diez minutos antes de la hora fijada y me senté en una mesa con buena vista a la esquina, pedí un café cortado y simulé leer el diario del bar mientras observaba atentamente los movimientos en del otro lado de la calle. El primer hombre en detenerse era bajo, de gafas anchas y pantalón alto que ayudaban a situarlo en su sexta década, pero lo descarté por tener un pequeño perro que tiraba de la correa, como deseando continuar su paseo. El individuo permaneció unos tres o cuatro minutos y continuó su camino y su vida. Luego se detuvo una señora de sombrero rojo y elegante vestir, la descarté antes de que llegase su cita, un hombre de traje a rayas que parecía extraído de una de gángster. Se fueron perdiéndose lentamente entre las almas de la ciudad a la hora exacta en que comenzaba mi cita, y yo para ese entonces comenzaba a creer que no existiría tal enigmático encuentro. Confieso que me daba cierta pena ya que me de no aparecer el tal Simón Landivar me quedaría con la eterna intriga. Miré mi reloj y fijé el plazo de gracia en quince minutos, eso era todo lo que le daría y pasado ese tiempo pagaría el cortado y entregaría aquella tarde a las manos del olvido.
- Lo estaba esperando -- dijo de pronto una voz a mis espaldas.

EL CLUB (I PARTE)

El sobre me indicaba como destinatario, sin embargo la carta no tenía ningún sentido. En primer lugar no conocía de nada al remitente, un tal Simón Landivar, y en segundo tampoco conocía la entidad o lo que fuera que representaba, de nombre "ARCON". El papel no daba mayores detalles, simplemente un lugar, un día y una hora y concluía con un rotundo: "lo espero". La firma no daba un nombre claro, sino una frase manuscrita que parecía decir: "las olas son al mar, lo que las páginas a un libro".
¿Que razones me llevarían a cumplir con la cita programada?, creo que la pregunta era que razones no me llevarían a ir, por eso ese día, a esa hora, resultó ser que estaba en el lugar indicado. Era una esquina transitada, a las puertas de la biblioteca nacional. Lo primero que pensé es que encontraría a alguno de pie mirando hacia todos lados, como buscando a alguien, entonces sabría quién era, claro que al estar yo en la misma situación era posible que se acercase él a mí, por tanto decidí sentarme en la terraza de un bar de la calle de enfrente a esperar.

TARCISIO VALLEJO EL EXORCISTA (IV PARTE)

Del griego exousia, "exorcismo" significa "juramento", es decir que le decía que colocaba al demonio bajo el juramento de una autoridad más alta, obligándolo a escapar o de actuar de manera contraria a sus deseos malignos. El espíritu opto por huir ya que sufría el bien, le quemaba como quema el fuego, dejando a la mujer libre.
-¡Bravo! -se oyó desde el bosque. En ese momento un grupo de cinco sabios surgieron de la nada y entraron a la cabaña. -Has cumplido con honor la prueba a la que te has enfrentado -dijo el más anciano, que era además Cardenal.
Desde entonces Tarcisio Vallejo recorre las calles del mundo como un agente exorcista, descubriendo posibles víctimas de posesión o aquellas que se encuentran en gestación, para que la enfermedad nuca llegue a concentrarse hasta ser un caso público. Es que ahora sabía las claves y comprendía que las posesiones son como un cáncer, si se descubre a tiempo a veces es posible evitarlo.

Continuará...

TARCISIO VALLEJO EL EXORCISTA (III PARTE)

Se llevó las manos a la frente en señal de temor y pesar, luego intentó calmarse y enfrentar la situación como un buen sacerdote. Se acercó y la miró a los ojos. Las pupilas apenas se distinguían entre la espesa blancura saliente de dos globos oculares que parecían a punto de estallar. - Está poseída - dedujo de inmediato. Pensó en buscar ayuda pero temió que no tuviera el suficiente tiempo, la mujer escupía espuma blanca por la boca mientras hablaba en voces graves lenguas desconocidas y probablemente in entendibles, mientras se arrancaba los pelos con las manos. En el estado en que se encontraba no sobreviviría más de algunos minutos, parecía tener una fuerza inhumana y por momentos levitaba y caía nuevamente para continuar retorciéndose.
Comenzó a recordar la liturgia de los exorcismos que había estudiado, el nuevo rito que se había trabajado durante diez años hasta el Concilio Vaticano II y en el 98 por el papa. Lo primero era la aversión vehemente hacia Dios, los Santos y la cruz. Sabía que para practicar un exorcismo era necesaria la autorización del obispo diocesano, pero no había tiempo.
Unió sus manos y miró firmemente hacia la mujer, esperando recibir la respuesta que se materializó en una mirada de desprecio. Entonces gritó en lengua vernácula: -te ordeno, en nombre de Dios y por la caridad de su hijo muerto en la cruz, que abandones éste cuerpo inocente y detengas el daño que le causas.